Roxana Amed enciende su voz para transitar melodías del rock argentino, para hacerlas arder de nuevo con otra llama. Todos los fuegos no es un disco de versiones. Es una reinvención profunda, amorosa, jazzera, de once canciones que ya eran himnos, y ahora también son mapas de un territorio que se expande.
Desde la espesura onírica de “Verbo carne” hasta la potencia rítmica de “Ciudad de pobres corazones”, Amed rehace clásicos de Charly, Spinetta, Fito, Cerati, y los vuelve a parir con Leo Genovese, Martin Bejerano y una banda internacional de alto vuelo. El resultado no es una cruza entre jazz y rock, sino una alquimia delicada entre el respeto por la canción original y la osadía de quien sabe que la música vive si se la arriesga.
No falta emoción ni inteligencia en este fuego. Hay clarinetes que respiran melancolía, guitarras eléctricas que muerden, y un bajo (Tim Lefebvre, ni más ni menos) que se mueve como una criatura nocturna entre las sombras. Amed no interpreta, dialoga. Y en esa conversación, los temas renacen: “Salir de la melancolía”, “Corazón delator”, “La sed verdadera” vuelven a ser en la mirada de Amed.
Todos los fuegos es una obra que respira riesgo, belleza y memoria encendida.
