Sobre “No me muero”, obra escrita, dirigida e interpretada por Julieta Carrera Por Gabriela Stoppelman – El Anartista DESDE TU CORAZÓN DIGO A TODOS QUE MUERO (*) O también podría decir, “ayer pasó algo y me perdí”. Por suerte y no tanta me perdí. Se me torció la línea recta que conduce la disciplina de toda empleada y me desentrañé. Es decir, me quedé con todas las entrañas para afuera. Y te digo, las tripas mostraban un texto clarísimo que nunca terminaré de leer, aunque me las di de experta en vísceras, y comencé a descifrarlo. En las cifras caídas estaban el sueldo, la cara de mi jefe, la oficina de la aseguradora de riesgos que no asegura ninguna actividad riesgosa y la voz que atiende al público y se desatiende, que ya no se parecía a la mía. Bueno, para qué sobreabundar, una lista larga. Sin embargo, entre las cifras que ascendían se abrió una inmensidad. Como un mar que lo ocupaba todo y no tenía detrás. Pero yo insistía en preguntar, ¿qué hay detrás del mar?, mientras alguno me reclamaba, ¿y vos quién sos? No puedo, no pude responder por miedo a comerme el personaje, cualquier personaje. Una vez me pasó y quedé doblada en dos. Mejor ni te cuento. AMÉ LA SOLEDAD, LA HEROICA PERDURACIÓN DE TODA FE, EL OCIO DONDE CRECEN ANIMALES EXTRAÑOS Y PLANTAS FABULOSAS, Sí, igual a mí lo que me creció es el pie. Entré al escenario meta hacerme la graciosa, dale mover un zapatito en sentido horario y otro, antihorario. Al final, entre chiste y payasada, de verdad tropecé. Que es como si te dijera, otra vez me perdí. ¿De quién era ese pie tan ajeno a mi talla?, ¿cómo iba a seguir su camino el vacío de mi zapato, cómo iba a hacer pie sin mí? Aun así, continué la marcha. La luz se prendía, la luz se apagaba. Y era en el claroscuro, entre la tragedia y la comedia, donde me quedaba sin palabras. Entonces empezaba a moverme. Como loca me movía. Por agitar la soledad nomás, porque alguien me había dicho que si una tiene una pena grande y no la mueve la pena se instala. Con la soledad debe ser igual, me dije. Y me moví. Me moví para espantar a la multitud que aturde, ahí donde me siento más sola. Es imposible no abombarse si una no puede pronunciar siquiera una palabra que nazca del silencio. Pero, bueno, la cosa es que en ese momento parecía una huerfanita que hubiera perdido el rumbo a su casa, desesperada por alojarse en un ritmo familiar, en una sensación de hogar. Jugaba la niña. Hacía teatro y deshacía los roles de los espectadores. A unos les descruzó las piernas, porque así tan panchos no se podía asistir a ese espectáculo de orfandad. A otras les arrebató comprometedoras carteritas. Y sobre todo se sacó de quicio ante una, dos tres camperas chorizo, ¿por qué todos habían asistido con la misma prenda?, ¿a quién asistían con esa actitud? Es que llovía afuera. Y adentro. Lluvia y lluvia de papelitos de colores, humo y agua sobre las ventanas, esmeril de clima y humores que desdibujan de a poco el rostro. Les había dicho que me perdí, ¿no? LO DEMÁS AÚN SE CUMPLE EN EL OLVIDO. Y no hablo de amnesia. Hablo de ese olvido limpia parabrisas, de ese colgar a la empleada del perchero y apostar, de una buena vez, a hacer algo que afirme la vida. Más, después de tanta, tanta muerte. Yo me refiero a un olvido que sane del resentimiento y la melancolía. Que me regrese niña. Una vez escuché a un tal Carlitos Skliar decir que “La niñez es una. Infancias, podés tener todas las que quieras”. Y ya que me perdí, me desentrañé, me desdibujé, me dio por empeñarme en infanciar. Algo simple. Una obra para mi mamá y mi papá. Quién sabe si todo lo que escribimos, actuamos, cantamos, lloramos y payaseamos no es para ganarnos una oportunidad más de tenerlos ahí, de audiencia. No para cumplirles ningún mandato, no como triunfador que regresa con la valija llena de dólares a decir, “Vieja, mirá hasta dónde llegué”. No, no, se trata de volver a un arrorró, a una canción que nos meza otra vez cuna de lo que sigue, de lo nuevo; que nos desperece del tedio de empleos sin alas, que nos acerque a la línea del horizonte y nos permita volver a preguntar, ¿qué hay más allá del mar? Sí, aunque el mar lo cubra todo, che. DE MI ESTADÍA QUEDAN LAS MAGIAS Y LOS RITOS De tanto en tanto, cuando se te cruza un poema, sea de Salinas, de Juana de Ibarbourou o de la inmensa Olga Orozco, me infinito. No es por agrandarme, no. Es pura estrategia para no morir. Digo palabras, me muevo, digo palabras, me muevo. Porque eso es lo que deseaba. Llegó un punto en la oficina en que se me nubló la voz, se me trabó la lengua, dejé de querer cosas. A todas las cosas (tampoco eran tantas) que podía comprar con el mugroso sueldo de absurda empleada, a todas las dejé de querer. Y empecé a desear. Ahí, recién entonces, me sentí una servidora pública. Con la potencia de lo frágil, pedí a cada uno de los espectadores que me dieran la manito, manito, manito, círculo de contención. Que voy a dar un salto para ver qué cuernos hay en el famoso vacío, les dije. O más allá del mar. Por un ratito fuimos familia, complicidad en el afecto y en el juego. Infancias atrevidas, sin vergüenzas. PERO DEBO SEGUIR MURIENDO HASTA TU MUERTE Insisto, debo seguir muriendo para no creerme el personaje. Para no decir yo, o solamente decirlo cuando no se trata de mí. O solamente decirlo cuando se trata de otras de mí infinitadas más allá del mar. Con papá y mamá adentro. O solamente decirlo cuando ya no importa el nombre, y
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