“Fabiana Cantilo en Café Berlín – Entre clásicos, nuevas voces y abrazos”
Por Santi Simonazzi Una noche que invita a la música con la promesa de que algo sincero va a suceder. El Café Berlín, ese refugio porteño que abraza como living de amigos, fue el lugar donde Fabiana Cantilo decidió abrir su corazón en clave de canción. En la confianza de esa intimidad, Fabiana contó que hacía unas horas había muerto su gata: “Este show es para mi gata”, dijo apenas salió a escena. Y sí, parecía una frase menor, pero no lo fue. Esa despedida íntima marcó el pulso de una noche atravesada por la emoción, donde cada acorde fue también caricia. El Berlín estaba a pleno. En las mesas, una constelación de edades y vínculos: adolescentes que cantaban como si esas canciones las hubieran escrito para ellxs, mujeres que se abrazaban entre lágrimas y risas, hombres con ojos húmedos y madres con hijas que compartían, sin necesidad de explicarse, la música que las une. Fabiana salió al escenario con guitarra, sonrisa y una honestidad brutal: “La estoy pasando como el orto. Pero vamos a hacer esto igual, porque esto también es la vida”. Y así empezó a sonar. El repertorio fue un viaje profundo. Estuvieron los himnos eternos —Nada es para siempre, Fue amor, Mi enfermedad, Mary Poppins—, pero también hubo lugar para perlas escondidas, que quedaron alojadas en lo más hondo de su discografía. Fabiana las trajo a la luz con esa mezcla de humor, dolor y lucidez que la hace única. Entre canciones, contó anécdotas delirantes, se rió de sí misma, recordó momentos de su vida con esa mezcla de picardía y vulnerabilidad que tanto conmueve. La banda que la acompañó supo sostener cada atmósfera con sensibilidad: bajo, batería, guitarra y coros al servicio de la canción, sin estridencias ni artificios. Y al centro de todo, su voz: esa voz que no se dobla, que no se maquilla. Una voz que es al mismo tiempo relámpago y susurro, fiesta y lamento. Uno de los puntos altos de la noche fue la aparición de Marisa Mere, cantante, guitarrista y compositora, que se sumó para aportar una energía nueva, potente, afectuosa. Más tarde, subió al escenario su ahijado Ishi, junto a su banda Sociedad Lavanda, una bocanada de frescura indie que dialogó a la perfección con la energía del show. Fabiana, generosa, les dio espacio, los presentó con orgullo. Porque si hay algo que también define su trayectoria es esa voluntad de tender puentes, de abrir camino para otras voces. Cada tema fue recibido como un mantra. El público cantó con devoción y ternura. No fue un repaso de carrera. No fue un show de grandes éxitos. Fue un ritual de amor. Un encuentro entre quienes crecieron escuchando su música y una artista que sigue apostando al arte como forma de sostener(se). Un concierto que se pareció mucho a la vida misma: desprolijo, intenso, hermoso, sincero. Cuando el show terminó, nadie aplaudía por compromiso. Era gratitud lo que se respiraba. Por la música, por la entrega, por seguir acá, cantando lo que duele y lo que nos salva. Consultá las próximas fechas en nuestra Agenda Cultural Suscribite a #Youtube. Mandanos un whatsapp ➯ Acá
Read More