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Club Social Cambalache.Cuatro años de patio encendido en la Casona de los Ezeyza.

Club Social Cambalache.Cuatro años de patio encendido en la Casona de los Ezeyza.

Patio lleno, lluvia cómplice y ronda de abrazos: en la Casona de los Ezeiza (Defensa 1179), el Club Social Cambalache celebró 4 años —y el cumpleaños de Bárbara Grabinski— con una noche de tango, diversidad y comunidad. Historia y vanguardia en convivencia: Amelita Baltar, Cucuza Castiello y una fila de cantoras y músicxs que hicieron del festejo un hogar. Por Ale Simonazzi Noche de sábado en San Telmo. La tormenta anunciada decidió postergar su llegada y el patio de Cambalache se llenó de amigas/os, música y abrazos. Había doble motivo: el 4º cumpleaños del espacio y “treinta y tantos” de Bárbara Grabinski, cantora y una de sus impulsoras. Fue de esas veladas que explican de qué se trata este lugar: tango como eje y, a su alrededor, diversidad y resistencia; historia y vanguardia conviviendo al ritmo de las voces. Mientras se armaba la primera ronda, valía recordar dónde estábamos: Defensa 1179, adentro de la Casa de los Ezeiza —construida hacia 1876, caserón italianizante que, tras la fiebre amarilla, pasó de vivienda aristocrática a conventillo y hoy es galería de día y refugio artístico de noche. Un dispositivo perfecto para que la memoria no sea museo sino calor de mesa. Cambalache nació hace cuatro años como club social que ofrece una propuesta que cruza tango, fado, folklore y ritmos latinoamericanos. La promesa: shows íntimos, techos altos, pisos dameros y una atención que cuida la escucha mientras la cocina acompaña. Lo que empezó como un sueño post-pandemia, pronto se volvió espacio de resistencia cultural en el Casco Histórico de la ciudad. El cumpleaños de este sábado fue una muestra viva de lo que Cambalache entiende por cultura. Amelita Baltar —símbolo de nuestra música— cantó y recibió los más calidos aplausos; hace tiempo eligió este escenario para seguir, a sus 85, respirando tango. Entre lxs músicos que acompañaron estuvieron Vero Bellini en piano y en guitarras Alejandro Bordas y Felipe Traine. La sucesión de cantoras hizo lo suyo: Karina Beorlegui, Lucrecia Merico, Mica Sancho, Florencia García Casabal, Flor Cozzani y la propia Grabinski, por nombrar algunas, fueron dando la textura de una escena que se reconoce. El coro de patio —ese que Cambalache sabe invocar— puso el resto. Entre canción y canción, el lugar contaba su biografía secreta. El caserón de los Ezeiza, a media cuadra de Plaza Dorrego, fue hogar patricio, luego conventillo tras la epidemia, y desde 1980 funciona como pasaje comercial de día. De noche, cuando cae el sol, se abre el club: luces cálidas, mesas, una tarima mínima y la cercanía que pide el tango para volverse conversación. Esa doble vida —galería y club— es la clave del encanto. No faltó la escena ritual: torta al centro, la Polaca llamando al equipo completo para agradecer —los trabajadores que hacen posible el espacio—, y el aviso de “últimos temas” que, en Cambalache, nunca es final: es puerta que se entreabre. Allí apareció Cucuza Castiello para el cierre: gran referente de nuestra música popular con ancla en el tango, tipo generoso que sabe abrir rutas a otras voces —fue y es faro para Grabinski— es barrio, generador de encuentro y buena gente. Apenas se dijo “gracias”, empezó la recalada. Fueron cayendo quienes terminaban funciones por el barrio y no querían perderse la fiesta: Lidia Borda, Dani Godfrid, Juli Laso, Tripa Bonfiglio, Lucio Mantel… y la noche cambió de forma. Guitarras, bandoneón, piano, voces que se reconocen, patio en ronda. Si la historia de la casa explica la arquitectura, la historia del club explica el clima. No es un “bar de tango” más: es club social en el sentido más noble, mezcla de vecindad y programación. La agenda tiene un pie fuerte en tango canción —maestras/os, repertorio nuevo y standards reencendidos— y otro que abre a orillas cercanas: litoral, andes, fado. La idea es convidar sin solemnidad: que una pareja pueda venir a cenar, que un grupo de amigxs venga a escuchar, que se pueda brindar y respetar el silencio cuando se canta. La tormenta, finalmente, llegó con ganas —más de lo esperado— se sumó a la música: voces e instrumentos se entremezclaban con la lluvia, y la postal fue inmejorable. Afuera, Defensa era una película en blanco y negro de charcos. Plaza Dorrego dormía a media cuadra y, mientras nos alejábamos, quedó ese rumor de patio que siempre vuelve. Si alguien pregunta qué es el Club Social Cambalache, alcanza con esta síntesis: una casa histórica que de día es pasaje y de noche ronda de canciones, un patio donde la memoria trabaja y la escena independiente encuentra techo, y un equipo que prueba —fecha tras fecha— que celebrar también es sostener. Revuelto Radio — Abrazo de música y palabra. Suscribite a YouTube ➯ https://www.youtube.com/@revueltoradio Sitio oficial ➯ https://www.revueltoradio.com.ar Instagram ➯ https://scnv.io/qIfb Mandanos un WhatsApp ➯ https://wa.me/541138040150 ¡Descargá nuestra #APP! ➯ https://scnv.io/nCON

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Ezequiel Borra. Veinte años de El placard.

Ezequiel Borra. Veinte años de El placard.

En Cultural Thames, Palermo, Ezequiel Borra celebró los 20 años de la edición de El placard (2005) con un concierto que empezó mínimo —sentado, guitarra en mano— y fue creciendo de a capas hasta volverse una pequeña fiesta de canciones, memoria y presente. Por Ale Simonazzi Para quien lo ubica de nombre y no de obra, vale el trazo básico: compositor, multiinstrumentista y productor, nacido en 1981, criador de canciones que rehúyen la etiqueta, con un pie en la tradición rioplatense y otro en la experimentación, el humor y la psicodelia; un artista que empezó a estudiar música a los nueve años y que, a esta altura, sostiene seis discos de canciones propias más proyectos paralelos y cruces con nombres centrales de la escena independiente. Lo suyo es libertad sonora con arreglo fino, más curiosidad que molde, más método que pose. La noche en Cultural Thames abrió con “canciones puras” del disco El Placard con voz y guitarra al frente. Enseguida se asomaron las visitas y la paleta tímbrica se ensanchó: Mariano Massolo en armónica para “Los sonámbulos”, pieza a la que aportó en la grabación original; Martín “Gnomo” Reznik y Lisandro Skar en voces que suman textura; y un trío que alternó colores según pedía cada tema: Leila Chab (clarón), Juan Kiss (clarinete) y Andrés Villaveirán en teclas—que fueron piano, batería o bajo, lo que hiciera falta—. No hubo estridencias sino arreglos cuidados y esa respiración de sala que permite que los silencios también digan. Borra eligió una dramaturgia simple y efectiva: viajar de 2005 hacia adelante, detenerse en 2015 para visitar Lo peor —etapa donde confirma su gusto por la forma breve, el guiño literario, el humor que no liquida la emoción— y volver al hoy. Ese hoy también es un archivo vivo que cada tanto abre otras ventanas: hace unos años propuso en el CCK un homenaje a Facundo Cabral titulado “Vuele bajo”, mitad charla, mitad concierto, otra pista de cómo dialoga con la tradición sin volverse museo. “Cabral fue un hermano mayor que nunca tuve”, dijo entonces, y ese gesto de hablar claro sin grandilocuencia también aparece en su cancionero. El recorrido nos llevó hasta temas como “Lo peor”, “Ese que se yo” y “Semilla”, temas que el público guarda como pequeñas reliquias personales. La banda sonó compacta y lúdica; él, agradecido de volver a tocar en grupo “después de mucho tiempo”. La sensación era parecida a estar en una cocina grande donde se van sirviendo por tandas piezas cortas, precisas, sabrosas: terminaba una, quedaba el gusto, entraba otra, y así hasta el final.. Entre canción y canción, el concierto dejaba algo más que el repertorio: dejaba una idea de método. El placard —título que recuerda aquellas tomas caseras, literales, “dentro del placard”, y una ética de producción artesanal que marcó a una camada post-2001— no es un fetiche del pasado; es un punto de partida para entender por qué Borra se volvió referente de una generación que tomó elementos de la tradición y les sumó una impronta personal, fresca, independiente. Allí están, en su recorrido, los cruces con otras y otros, el trabajo de producción para colegas, y una discografía que incluye el doble Las cosas del mundo / De todos los días (2009), el EP ¿Usted está aquí? vol. 1 (2013), Lo peor (vol. 2) (2015) y materiales más recientes como Tremendo el sol, La Cantimplora o Double Rainbow, siempre con esa mezcla de juego tímbrico, canción y pequeños desvíos que en vivo encuentran nuevo lugar. Lo que hizo de esta celebración algo lejano a un homenaje fue el tono: cercano, sin solemnidad. Borra conversa, se permite la anécdota, agradece, afirma su alegría de sonar con otros y, sobre todo, dejar que las canciones respiren. El público acompaña “chiquito”, como si la amplificación mínima borrara la línea entre escenario y sala. En “Semilla” algunos bailan, muchos cantan. Cuando baja la última nota, la imagen que queda no es la de un aniversario clausurado sino la de un presente extendido: El placard sigue abierto porque esas canciones siguen encontrando cuerpo hoy. Es, quizá, la mejor noticia para quienes creemos en esta música popular independiente: no importa cuántos años cumplan los discos cuando el vivo los vuelve a estrenar. Salimos a la vereda con esa certeza. Lo que propuso Ezequiel Borra no fue un repaso de vitrina: fue una noche de canciones que todavía trabajan. Y ahí están —como hace veinte años y como mañana—, disponibles para quien quiera abrir la puerta y escuchar. Revuelto Radio — Abrazo de música y palabra. Suscribite a YouTube ➯ https://www.youtube.com/@revueltoradio Sitio oficial ➯ https://www.revueltoradio.com.ar Instagram ➯ https://scnv.io/qIfb Mandanos un WhatsApp ➯ https://wa.me/541138040150 ¡Descargá nuestra #APP! ➯ https://scnv.io/nCON

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Puesta en origen

Puesta en origen

Sobre “Argentanos”:  Saxofón soprano: Silvio Zalambani; saxofón alto: Fernando Lerman; saxofón tenor:  Giovanni Balistreri; saxofón barítono: Jorge Retamoza Por Gabriela Stoppelman – El Anartista Hay un preámbulo que murmura entre voces, empanadas y copas. Allí enfrente, cuatro saxos repasan las partituras dispuestas en los atriles a la espera de los músicos. Cada uno lee sus líneas y sabe que el todo será mucho más que la suma de las partes.  El metal repasa, anticipa y tararea lo inminente. Nadie sabe exactamente qué le dice un saxo a otro en el simulado silencio de la espera. Es evidente que las boquillas cuchichean, las llaves precalientan sobre los orificios del tubo, las columnas de aire vibrante se aprontan a recibir eso tan raro y tan esencial, llamado música. Habrá otros sitios en el universo con atmósferas propensas, por ahora es este el único del que tengamos noticias. Por eso la música es un signo distintivo de lo terrestre, del ritmo con que con la existencia se da en lo humano. Puede que los instrumentos conversen sobre ese asunto, pero no es seguro. Después de un rato, hay una agitación en el fondo. Los músicos se acercan. Los saxos, los atriles y las partituras lo advierten y callan al instante. Se disponen a formar cuerpo con esas siluetas que les son tan familiares. Por un recorte de tiempo, el pulso del metal y el de la sangre formarán un solo organismo. Un territorio es un ritmo, no simplemente un lugar. Un modo de habitar, de contemplar, escuchar y pensar sin reducirse a definiciones. Una forma en que la poesía se hace presente en la perseverancia de cualquier lenguaje. Sé poco y nada de música. Disfruto desde el lugar de la oyente que sale de su casa en busca de encantamientos. De quien acepta la invitación a abandonar las repeticiones y las responsabilidades y entrar en puntas de pie en aquello que se presenta siempre otro, refrescante, vitalizador. O sucede o no sucede. Y esta vez, sí.  Pero eso se los cuento después. Esta vez, quizás sin previo acuerdo, los cuatro traen memorias de lugares, barrios, bares, paisajes. Territorios que hacen eco entre Italia y Argentina. Escenografías que huellan el tiempo y se llevan en el equipaje de ida y de vuelta. Escuchas atesoradas, versiones, refundaciones, ecos de aquello que no se puede ni se quiere olvidar. Despotrican sin resentimiento, menos como lamento que como afirmación de la vida las Quejas de bandoneón, de Juan de Dios Filiberto, con arreglos de Fernando Lerman.  No hay bandoneón entre los músicos, sin embargo, allí se presenta. No hay gemido ni sollozo en la queja. Lo sigue De algún modo, de Jorge Retamoza. Ya dije que mi fuerte no es la música, así que impactada por el sonido y el tamaño del instrumento, le pregunté a mi amigo Martín, que es músico y por suerte me acompañaba, ¿qué es eso? Es el barítono, me contestó, lo cual no ayudó demasiado. Luego, amplió, ya con dibujito, en un intento de rápido desasnamiento. Llegó entonces La Paternal, Cuarteto de los tres barrios, de Fernando Lerman, quien permaneció unos minutos dentro de un interesante relato acerca de lo particular que resulta vivir en una encrucijada, como les ocurre a todos quienes habitan en esas zonas donde un barrio da origen a otro, sin fronteras definidas. La imagen era bonita. Algo de eso ocurría entre los cuatro saxos: una complicidad musical, de intérpretes que han trabajado amorosamente en las composiciones propias y ajenas, fundaba una continuidad donde las singularidades, sin perderse, componían una instancia mayor, sin límites. Una experiencia bien parecida al sueño de una comunidad. Llegó entonces La Paternal, Cuarteto de los tres barrios, de Fernando Lerman, quien permaneció unos minutos dentro de un interesante relato acerca de lo particular que resulta vivir en una encrucijada, como les ocurre a todos quienes habitan en esas zonas donde un barrio da origen a otro, sin fronteras definidas. La imagen era bonita. Algo de eso ocurría entre los cuatro saxos: una complicidad musical, de intérpretes que han trabajado amorosamente en las composiciones propias y ajenas, fundaba una continuidad donde las singularidades, sin perderse, componían una instancia mayor, sin límites. Una experiencia bien parecida al sueño de una comunidad. Llegó entonces Candonga agridulce Nro 1, un cuarteto de saxofones, de Fernando Lerman, quien destacó los créditos del neologismo “candonga”, que corresponden al famoso compositor Mastropiero de Les Luthiers. El hombre buscaba homenajear al ritmo ajetreado de la ciudad con una milonga y le salió un candombe. Así que terminó por titular su composición la Candonga de los colectiveros. Esta otra candonga era tan bella y pura como solo pueden serlo las cosas impuras: las mezclas, los híbridos. Así son los barrios que se intersectan, los hombres que resultan uno con sus instrumentos, los instrumentos que se hacen uno con la música. O lo agridulce. Y, a esta altura, casi que no podía fallar, tantas referencias a sitios gestantes, que ya el concierto parecía un viaje. Ahí fue cuando nos fuimos a Catamarca, de Eduardo Arolas, en versión de Jorge Retamoza. Y estábamos en ese momento donde hacía rato la cosa había empezado, y ya habíamos logrado sumergirnos y no queríamos llegar a ningún destino. Pero en ese preciso instante anunciaron que se acercaba el final. Aunque sería un final largo, de cuatro estaciones. Una suite porteña, de Silvio Zalambani, que comenzó con Milonga que fue, siguió con Al club del vino, Nostalgia del presente hasta llegar a Buenos Aires e ritorno. Volvíamos así a casa, de donde aparentemente nunca nos habíamos ido. Tal vez por eso en los bises, Lerman anunció que “terminamos como comenzamos”. Algo semejante a venir del futuro, o avanzar hacia el origen. De cualquier modo, el territorio había sido fundado. Los saxos, las partituras y los atriles comentaban lo felices y satisfechos que se sentían. O eso imagino. Aunque nadie sepa bien qué le dice un saxo a otro, es seguro que conversan. Sin embargo, el viaje no terminó. Continúa en estas líneas que intentan agradecer esta “puesta en origen”, afirmar complacida

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Ambulantes en Chacarita: pregones que abrigan

Ambulantes en Chacarita: pregones que abrigan

En Dumont 4040, Julián Venegas y José Santucho presentaron Módico y de calidad: puesta mínima (voces y guitarras, poca amplificación) para un trabajo enorme de arreglos, timbres y ritmos —milonga, litoral, pregón y más—, con invitadxs y coro de mesa larga que volvió la sala una vereda en fiesta. Por Ale Simonazzi No sabía que estacionar en Chacarita un jueves podía ser una odisea. Por suerte salí con tiempo desde el oeste del GBA y llegué a Dumont 4040, bello espacio con programación muy cuidada. Ambulantes —Julián Venegas y José Santucho— volvió a Buenos Aires con Módico y de calidad, un segundo disco que camina oficios y geografías, y que según la edad del que escucha te devuelve escenas perdidas: el escobero que pasa temprano, el cartero amigo del barrio, la corneta del churrero doblando la esquina. El concierto arrancó con un gesto de comunidad: un audio de Coqui Ortiz cantándoles a estos ambulantes de guitarra y garganta. Terminado el saludo del chaqueño, el dúo subió con los acordes de “Durazno a cuarenta el ciento” (Celedonio E. Flores / José Razzano): milonga de comienzos del XX a la que Ambulantes le arrimó un aire de Cuba. De ahí a “Cocacolero” (de Santucho), tema que nace de esa foto del Estadio Azteca donde Maradona hizo historia. Cuenta Víctor Hugo Morales que cuando le mostraron a Diego la foto remarcó que el mundo vió ese gol menos el vendedor de gaseosas que estaba de espaldas: “Tiembla el partido / la hinchada ya se estira como falda / vos te perdés los goles por la espalda / y ganás carraspera en el rugido”. Ahí sentimos de qué va Módico y de calidad: cronicar lo cotidiano con ternura y pulso. Cuentan que van a tocar el disco completo y con invitadxs. Así es que “Escobero” llega con Nico Arroyo en percusión, después Flor Giammarche se suma para “El vendedor de yuyos” en una interpretación profunda, vals lento que mece la sala y nos lleva lejos de la ciudad: la canasta, las hojas y sus aromas, el remedio que pasa de mano en mano. Con Homero Chiavarino en acordeón la noche se volvió Rosario por un rato: el Paraná, las mesas bajo la arboleda, el humo del carrito que, como dice la letra, “devuelve el alma al cuerpo”. El recorrido del álbum cerró con “El cartero”, al que Miguel Vilca le sumó el charango: la imagen de quien busca palabras de aliento y abrazo en un buzón que está vacío. Con ganas de más, llegan temas del primer disco: “Ambulantes”, “Chatarriero”, “La Florista”. El coro general acompañó cada estribillo, todos cantando “chiquito”, como si escenario y sala fueran la misma mesa larga. En “Pregón del heladero” invitaron a Mauro Ciavattini en saxo y Venegas tomó la kalimba para que todos terminemos en el pregón popular “¡heladoooo, hay palito, bombón, helado!” que nos lleva a veranos de infancia. Para el cierre, “Recolector” —homenaje a esos atletas del asfalto— con Nico Arroyo en percusión y Ciavattini en clarón; y todavía hubo lugar para “El churrero” a dúo, como quien apaga las luces de a poco, después de encendernos el alma. Módico y de calidad trenza milonga, litoral, marcha, pregón, cueca y las mezcla con instrumentos huéspedes (guitarrón, cuatro, tres). El corazón del proyecto es reconocer a las personas detrás de los oficios; resignificar la palabra “ambulante” como dignidad en movimiento. No hay museo ni postal: hay canciones de manufactura que entran en la memoria popular por derecho propio. También hay poética de objetos —la cosa, el oficio, la persona—: la escoba y los trapos de piso que nombran al escobero, la carta que justifica el paso del cartero, la corneta que hace barrio. Por eso Ambulantes imprime cancioneros y acerca sus músicas a escuelas, bibliotecas, sobremesas: para que se canten, que se toquen, que se hereden. Para que vuelvan de donde vinieron, como dijo José Santucho. Y por eso el título: módico en recursos, de calidad en humanidad. Un modo de producción artística que es al mismo tiempo mirada política: cuidar lo común, dar lugar a quienes sostienen la ciudad con trabajos que casi no miramos. Volví de Chacarita sabiendo algo que conviene no olvidar: la música también es trabajo (muchas veces compartiendo el espacio ambulante). Este dúo arma su puesto con pregones afinados y nos entrega una feria de historias. El disco es la foto que en los conciertos es mercado vivo: voces, cuerdas, risas, recuerdos, aplausos… y en esas feria musiquera encontramos lo que andábamos buscando sin saber. Ambulantes honra a lxs laburantes de la calle con canciones necesarias; nosotros —agradecidos— nos volvemos a casa un poco más atentos, un poco más juntos. Revuelto Radio — Abrazo de música y palabra. Suscribite a YouTube ➯ https://www.youtube.com/@revueltoradio Sitio oficial ➯ https://www.revueltoradio.com.ar Instagram ➯ https://scnv.io/qIfb Mandanos un WhatsApp ➯ https://wa.me/541138040150 ¡Descargá nuestra #APP! ➯ https://scnv.io/nCON

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Camila Campodónico despide el 2025 adelantando su segundo ep

Camila Campodónico despide el 2025 adelantando su segundo ep

Compositora, cantante, guitarrista, docente y actriz, Camila Campodónico concretará el próximo sábado 8 la despedida del año en su faceta solista cuando desde las 21 se presente en la Sala 73 del barrio porteño de Flores. Por Sergio Arboleya La artista aprovechará la presentación en el espacio sito en Bonorino 274 para adelantar el repertorio de “Brota la música”, su segundo ep a lanzarse durante el verano 2026, que registró junto a Juan Manuel Colombo (también productor de este próximo trabajo), Pedro Bragán, Agustín Lumerman y Mariano Ferreyra, el cuarteto que conforma su banda estable y con el que también puso a sonar su primer material “Santa rutina” (2021). “La idea del nuevo disco parte de la certeza de que para mí y ante diferentes situaciones de la vida y hasta diferentes aristas de la propia personalidad, la música me brota desde distintos lugares”, avisa Campodónico sobre el ep grabado en estudio Prisma con Emilio Nicoli como técnico de grabación y producción ejecutiva de Majo Colonna. Desde esa percepción creativa, la intérprete añade que “me gusta pensar en las canciones como en semillitas de experiencias que van quedando y, en un momento, esa experiencia hace su camino, decanta y aparece en forma de canción. Por lo menos ese viene siendo mi proceso con las canciones y mi manera de componer”. “Parto”, “Viento”, “Evaporar” y “Brota la música” forman parte de la continuidad del proyecto en solitario de quien, además, lleva dos décadas como una de las fundadoras y parte del grupo humorístico-musical Ciertas Petunias, coordina el conjunto vocal Cantaratas e integra la compañía de teatro musical para las infancias Ligeros de Equipaje. Para el recital sabatino en Sala 73, a las nuevas piezas se sumarán las registradas cuatro años atrás (“Santa rutina”, “Algo que decir” y “Pan de arena”) y escogidas perlas de su profuso recorrido sonoro que incluye desde música brasileña a cumbias, pasando por el cancionero popular argentino.Las localidades pueden adquirirse por Passline o en la puerta de Sala 73 la noche de la función. Revuelto Radio — Abrazo de música y palabra. Suscribite a YouTube ➯ https://www.youtube.com/@revueltoradio Sitio oficial ➯ https://www.revueltoradio.com.ar Instagram ➯ https://scnv.io/qIfb Mandanos un WhatsApp ➯ https://wa.me/541138040150 ¡Descargá nuestra #APP! ➯ https://scnv.io/nCON

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MaZaZo Trío: “Escucho voces” en una noche que encendió el canto compartido

MaZaZo Trío: “Escucho voces” en una noche que encendió el canto compartido

Sala llena en la María Remedios del Valle (Hasta Trilce) para el debut de MaZaZo Trío —Natalia Martínez, Cecilia Zabala y Victoria Zotalis— con su espectáculo Escucho voces. Un concierto donde la voz fue territorio común: arreglos originales, juego escénico y un repertorio que zigzagueó entre canciones propias, clásicos reversionados y memoria latinoamericana. Por Ale Simonazzi Entramos expectantes a la Sala María Remedios Del Valle en Hasta Trilce. Desde el fondo de la sala se escucha primero el pulso de las palmas. Entran Martínez, Zabala y Zotalis caminando entre las mesas y la rueda se hace coro, todos cantamos “Tan alta que está la luna” (Quilapayún, 1972). El canto colectivo arma el primer puente: la música como convocatoria, la escena como casa. El clima queda encendido y ya en el escenario Victoria Zotalis abre el libro propio con “Princesa linyera”: fraseo flexible, piano que acuna y esa forma suya de poner imágenes en primer plano. Ahí mismo, Vicky se queda sola y nos regala una irreverente y amorosa lectura de “Here, There and Everywhere” (The Beatles). Se suma Natalia Martínez para el dúo y hacen “Tiburón” (Zotalis): juego rítmico, voces que se muerden y se sueltan. Vuelve el trío con “Inventario” (Zabala) —esa carta sobre aquello que se deja y se lleva en cada mudanza— y la sala ya late al ritmo de la armonía de tres. Después, Zabala + Zotalis firman una “Libélula” luminosa (tema del disco Pendiente, 2008 de Zabala), donde la guitarra se vuelve contracanto de la voz. Llega el primer desvío delicioso: tango. “Arrabal amargo” en versión MaZaZo: arreglos vocales finos, timbres que se persiguen y se encuentran; el arrabal no como postal envejecida, sino como color actual. El momento tanguero sigue con “El aguacero” en la voz de Natalia, de trazo expresivo y presencia escénica. Vuelve el puente Brasil–Río de la Plata con “O amor não vê desordens” (del disco Fronteras, Zabala–Philippe Baden Powell): Zabala y Martínez trenzan fraseos y dejan respirar cada sílaba. Y entonces Cecilia queda sola para una “Volver a los 17” que resignifica el clásico: contrapunto de voz y guitarra, sutileza que estremece, energía honesta y sensible. Para el tramo final, el trío presenta dos composiciones: “Rugido humano” (Zotalis) y “Vientre” (Zabala), la pulsación crece en capas y la noche no quiere terminar. Es domingo, pero nadie mira el reloj. MaZaZo se despide como entró: palmas y canto colectivo. Reaparece “Tan alta que está la luna”. Todos cantamos: “Vamos vida, yo ya me voy, con mi cajita de cuero, te digo adiós”. Pero no alcanza, pedimos más y el trío vuelve para el bis con “Rugido humano” y la declaración queda flotando: el canto como manera de estar juntas. MaZaZo Trío no “muestra” voces: las entrelaza. Y ahí aparece la huella del proyecto —arreglos originales, impronta escénica, voces como instrumento colectivo. Escucho voces es el espectáculo con el que MaZaZo se presenta, un trío de amigas que celebra el encuentro y convoca a transitar paisajes sonoros en comunidad. Salimos a la calle con la sensación más simple: alegría. Tres artistas enormes disfrutando la libertad de habitar el arte, corriendo límites y haciéndonos parte de un menú de canciones deliciosas. Si el debut es promesa, MaZaZo ya cumplió la primera: escuchar voces —y las escucharnos. Revuelto Radio — Abrazo de música y palabra. Suscribite a YouTube ➯ https://www.youtube.com/@revueltoradio Sitio oficial ➯ https://www.revueltoradio.com.ar Instagram ➯ https://scnv.io/qIfb Mandanos un WhatsApp ➯ https://wa.me/541138040150 ¡Descargá nuestra #APP! ➯ https://scnv.io/nCON

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Músicas y diversión, conjuros para encontrarse en la Revuelto Fest

Músicas y diversión, conjuros para encontrarse en la Revuelto Fest

Por Sergio Arboleya “A malos tiempos, confluencia” podría haber funcionado como revalidado título de la segunda noche del año de la Revuelto Fest que el viernes se desplegó en el Teatro El Alambique con el protagonismo de las músicas del cuarteto folklórico Lo Péz, del cuarteto de Mintcho Garramone, la participación de María de los Ángeles “Chiqui” Ledesma y el estreno de Mazazo Trío. Y para conseguir ese propósito, la apuesta comunicacional independiente y autogestiva de Revuelto Radio sumó el humor y la animación de Gabichu que así integró otro aspecto esencial que habita en el espíritu de una programación cuya fecha de inicio de sus transmisiones por streaming quedó sellada en la noche del 24 de marzo pasado cuando se presentó la grilla nocturna de la emisora con una extensa y cálida velada. “Estamos con más compromiso que nunca para que el arte sea un salvavidas”, expresó Ale Simonazzi, responsable de la diversa programación de Revuelto y mentor de la nave insignia que impulsa todo el entramado de propuestas radiales, dando inicio a una reunión que, tras los primeros esbozos de la charla TED con que Gabichu -anfitrión de la noche- narró avatares de uno de sus oficios como animador de fiestas infantiles, tuvo su primer pasaje musical en las manos y las voces de Martín Miconi, Julio Orieta, Mariano Prosdocimo y Román Giúdice, responsables de Lo Péz y su vigorosa propuesta nativa.“Creemos que estos encuentros son muy necesarios para la cultura, para el pueblo y para nosotros como músicos también”, sintetizaron en medio de un repertorio de zambas, gatos y chacareras como “La manzana”, “Recuerdos” y “Será”, entre más. Enseguida La “Chiqui” Ledesma sumó su portentoso canto al cuarteto para dos homenajes ligados a la admiración y el calendario: “Grito santiagueño” de Raúl Carnota (quien hubiera cumplido años el jueves último) y “Seminare” de Charly García (para celebrarle las 74 velitas que apagó el 23 de octubre). El Mazazo Trío, la atractiva juntada femenina de Cecilia Zabala, Natalia Martinez y Victoria Zotalis se lució en su absoluta premiere antes de saltar a escena el próximo domingo a las 21.30 en Hasta Trilce. Para el cierre y a ritmo de fiesta sin fronteras, Mintcho Garramone abrazó ritmos y geografías en un viaje sensorial que sostuvo junto al guitarrista Cheba Massolo, el bajista Norbi Córdoba y el baterista Raúl Gutta, para combinar desde obras propias (como “Frevinho pa Ramiro”, “Cumbia del amor” y “Mariposa”, por citar solamente algunas) y hasta una personalísima versión de “Los ejes de mi carreta” de Atahualpa Yupanqui. Una de las formas más concretas de sostener Revuelto Radio es con tu suscripción. Sumate y hacé que este sueño colectivo siga sonando: https://revueltoradio.com.ar/banca_a_revuelto/ Revuelto Radio — Abrazo de música y palabra. Suscribite a YouTube ➯ https://www.youtube.com/@revueltoradio Sitio oficial ➯ https://www.revueltoradio.com.ar Instagram ➯ https://scnv.io/qIfb Mandanos un WhatsApp ➯ https://wa.me/541138040150 ¡Descargá nuestra #APP! ➯ https://scnv.io/nCON

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Cuando el canto se convierte en abrazo: la noche de Cucuza

Cuando el canto se convierte en abrazo: la noche de Cucuza

En una Trastienda colmada, el tango celebró las cinco décadas como cantor de Hernán “Cucuza” Castiello. Invitados, memoria, cruces y canto barrial en una noche que fue abrazo. Por Ale Simonazzi Jueves por la noche en Buenos Aires: Balcarce al 400 late al compás del 2×4. De un lado de la vereda, los clásicos boliches para turistas con entradas prolijas y combis a horario; del otro, La Trastienda repleta de quienes queríamos estar ahí, no como espectadores, sino como interlocutores de una celebración: 50 años de cantor de Hernán “Cucuza” Castiello. En la vereda cruzamos figuras que no querían perderse el festejo: Víctor Hugo Morales, Hernán Casciari, cantores y cantoras que han pasado por el Bar El Faro, como Bárbara Grabinsky, Guille Fernández o Mariana Mazú. Todos allí, convocados por la palabra y la música de Cucuza. Dentro, en el hall, nos recibe una imagen del niño Cucusita en una foto tamaño natural, con corte taza y traje. Primeros pasos de una vida que se entregaría al canto, con una mirada infantil que parece mirar hacia el escenario donde ahora lo esperamos. Al abrirse el telón, aparece ese niño-cantor: Cucuza, con una peluca de corte taza, entonando Cucusita cincuenta años después. La peluca se eleva, y tras el gesto humorístico surge el cantor “descabellado” que conocemos y tanto queremos. “A todos los que acompañaron, los que están y los que no, y por sobre todo al tango”, dice. La voz se quiebra y la sala la sostiene. Y ahí, detrás de esa emoción, está Romina, su compañera de vida y de proyecto, productora de esta noche que no deja nada librado al azar. Cucuza lo sabe y lo siente: su historia también es la de esa complicidad que lo acompaña en cada idea, en cada escenario, en cada sueño hecho canción. En el escenario lo acompañan su hijo Mateo en guitarra, Noelia Sinkunas en piano y Nico Perrone en bandoneón: el “trío inestable”. Inician con temas de sus inicios: tangos —tristes y alegres— que él cantaba desde los cinco años en clubes de barrio. En esa paleta, resuenan instantes de su historia: el canto en el programa de Mareco, donde ganó la tan deseada pileta Pelopincho. El repertorio recorre mojones de su vida: 2007, el año que marcó el inicio del ciclo “El tango vuelve al barrio” en el Bar El Faro de Villa Urquiza. Revive el ritual de inicio de esos encuentros: Cucuza y Mateo, sin amplificación, guitarra y voz, cantan entre el público. Allí, el canto deja de ser espectáculo: es abrazo, piel compartida. Se renueva una vez más el vínculo de cariño y complicidad con el público. Después, todo se vuelve una constelación de amigos y voces. Cada invitado aporta su timbre, su vínculo, su palabra. Él proyecta recuerdos: cantar acompañado de Rubén Juárez, compartir un tema con Charly García, entonar El sueño del pibe con Diego Maradona en la cancha de Argentinos Juniors. Encuentros con el barrio, momentos con su padre Nelson y su abuelo Coté. Las anécdotas aparecen proyectadas en la pantalla y se vuelven relato colectivo. En un momento de la noche, el tango se abre al trap. Cucuza cuenta cómo conoció a YSY A, cómo nació una amistad que hoy los lleva a compartir giras. Entonces llega YSY A al escenario, y las fronteras se disuelven: trap y tango se rozan y dialogan. Esa mixtura se siente legítima, natural, profundamente argentina. Las dos horas ya transcurridas no bastan: todos queremos más. Suben Facu Radice y Cholo Castelo para encender al tango con espíritu rockero: historias de márgenes, guitarras que gritan, canciones de ciudad. Una noche donde disfrutamos de La Chicana, Tango Bardo, Hugo Rivas, Juan Pablo Gallardo, Lidia Borda, Daniel Godfrid, Lucrecia Merico, Cardenal Domínguez, Juan Villarreal y, cuando llega Zorro Von Quintero en teclados, suena No soy un extraño. Se entrelazan mundos musicales y estéticos con una pureza que conmueve. Finalmente, Garúa, el tango que más le gustaba a Nelson, su padre. Cucuza le entrega un ramo de flores a su madre, ubicada como siempre entre las primeras mesas. Late la herencia y el recuerdo del viejo, del abuelo, del barrio, de los que no están. De repente, siento que La Trastienda no estaba llena de espectadores sino de amigos, algunos conocidos y muchos no, pero que sienten cerca a un cantor auténtico, de pueblo, que celebra medio siglo para el tango y por el tango. Técnica, identidad, pero sobre todo honestidad. En esa noche porteña de jueves, el canto fue abrazo, memoria y futuro. Suscribite a #Youtube.  Mandanos un whatsapp ➯ Acá

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A los cerros: música, memoria y conversación

A los cerros: música, memoria y conversación

La presentación de A los cerros en el Centro Cultural Borges fue la celebración de un reencuentro en un disco: el del guitarrista salteño Seva Castro y el bandoneonista jujeño Santiago Arias, diez años después de aquella edición que los unió por primera vez, Criollo. Un diálogo renovado entre cuerdas y fuelles, entre paisajes y memorias que siguen latiendo con el pulso del norte.. Por Ale Simonazzi Desde los primeros acordes, se respiró un clima íntimo, casi de sobremesa musical. El bandoneón y la guitarra conversan como viejos amigos que se conocen las pausas, los acentos, las miradas. No hay urgencia, hay respiración. Y en esa calma se abre un universo de melodías profundas, con raíces en los cerros, en la tierra, en la gente que los habita. “Somos los mismos, pero a la vez dos personas totalmente distintas —afirma Arias—. Pasaron diez años, hicimos otras cosas, pero el espíritu sigue siendo el de nosotros. Volver a tocar juntos es reencontrarnos con ese diálogo inicial.” Y es precisamente ese diálogo el corazón de A los cerros. El disco, y su versión en vivo, se sostienen en una complicidad musical que trasciende el tiempo. No se trata de nostalgia, sino de continuidad. “Queríamos volver a hacer lo que siempre nos salía bien —agregó Castro—, tocar folclore criollo con ese estilo contrapuntístico que es tan nuestro, y cuidar el repertorio para que siga teniendo que ver con nuestro norte”. El norte, justamente, es más que un lugar: es una forma de estar en el mundo. A los cerros es un homenaje y una ofrenda. “Encontramos que ese nombre —cuenta Arias— nos resultaba más poético. A los cerros suena como una dedicatoria, una entrega. Y los cerros son algo que nos identifica mucho: son distintos, pero a la vez muy parecidos, como nosotros.” Castro completa la idea con una imagen que queda resonando: “Cuando me vine a vivir a Buenos Aires, lo que más extrañé no fue mi casa ni mi gente, fue no tener cerros. No tengo referencia, no tengo silencio. El cerro te ubica, te contiene, te da un lugar.” Y Arias, que ahora vive en México, sumó una mirada que cruza geografías: “Hay música que no puedo tocar si no evoco el cerro adentro mío. Me crié al lado del Cerro Negro, y eso está en cada cosa que hago. No lo pienso, simplemente aparece. Está en mi forma de tocar, en mi forma de grabar. Es mi paisaje interno.” La presentación en el Borges fue una extensión natural de ese universo. La guitarra y el bandoneón se entrelazaron en un recorrido por las músicas de Atahualpa Yupanqui, los Hermanos Ábalos, Raúl Juárez, Cuchi Leguizamón, Falú y Dávalos, entre otros. Bailecitos, zambas y chacareras se sucedieron con la cadencia de un río que conoce bien su cauce. A diferencia del disco —donde la única invitada es Maggie Cullen—, la noche sumó a Mauro Ciavattini y Víctor Carrión en vientos, ampliando el color y la textura sonora del dúo. Cullen aportó su voz luminosa, y Lorena Astudillo, inmensa, transitó la obra de Carnota y el Cuchi con emoción y fuerza. El cierre fue una celebración colectiva: La Arenosa sonó como un abrazo, con todos los músicos sobre el escenario y el público acompañando con palmas y sonrisas. “Nos alegra coincidir en tanto, después de tanto —nos había dicho Arias—. Hay un plano musical que no tiene palabras, que es puro ser. Eso es lo que sentimos con Seva: la complicidad, el disfrute, el estar en la misma película.” La noche dejó la certeza de que este reencuentro no es un regreso sino una continuidad. A los cerros es música que nace del silencio, del aire alto, de los caminos compartidos. Es una conversación que no se agota: un sonido que nombra el paisaje, que lo honra y lo reinventa. Nos quedamos con ganas de más, pero también con la alegría de saber que a este dúo le apasiona el encuentro, la charla, la amistad. Y cuando hay cerros, música y complicidad, siempre habrá camino por andar. Suscribite a #Youtube.  Mandanos un whatsapp ➯ Acá

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El arte de estar donde hay que estar

El arte de estar donde hay que estar

Un encuentro entrañable entre Teresa Parodi y Ernesto Snajer en Café Vinilo, dentro del ciclo Notas de paso en vivo. La palabra, la música y la memoria se entrelazaron en una noche que fue conversación, homenaje y revelación. Por Ale Simonazzi La convocatoria para estar en Café Vinilo era especial. Notas de paso, el ciclo televisivo que Ernesto Snajer condujo durante una década, ahora «en vivo”, brindando la posibilidad de sentir cómo las palabras, las anécdotas y la música se funden en presencia. Un espacio íntimo, como es Vinilo, una sala familiar donde las guitarras descansan cerca de una copa de vino y las historias circulan con naturalidad. Snajer abrió el encuentro con dos temas instrumentales, casi como quien abre una ventana para dejar entrar el aire. Guitarra y loopera bastaron para crear un clima de bienvenida. Luego, con una sonrisa que cruzó toda la sala, presentó a Teresa Parodi, quien se acomodó entre aplausos cálidos y un respeto cargado de afecto. “Parte de mi compromiso lo llevo adelante estando donde creo que hay que estar”, dijo Teresa, y la frase pareció resumir su vida y su obra. La conversación giró pronto hacia el oficio de componer. Snajer quiso saber si había método o rutina en la creación. Parodi, con humor, recordó su casa llena de hijos y que, entre pañales, comida y vida, nunca hubo horarios posibles. “La música aparecía cuando podía, o cuando quería”, dijo. Snajer tomó la guitarra e hizo sonar la introducción de Pedro Canoero. “Una de las más lindas intros que escuché”, confesó. Teresa sonrió: “Esa es mía, cuando era buena guitarrista… después me rodeé de muy buenos músicos y me dediqué más a cantar, perdí algo de técnica”. Entre canciones y recuerdos, la charla viajó a su primera Plaza Próspero Molina, en 1984. Parodi evocó aquella noche con su guitarra y la incertidumbre a cuestas: colegas que le sugerían cantar clásicos del folklore, familia que le pedía interpretar lo suyo. Eligió el camino propio, y no se equivocó: ganó Cosquín y conquistó al público que no la dejaba bajar del escenario. A partir de allí llegaría su primer disco con arreglos de Oscar Cardozo Ocampo, y la anécdota entrañable de la “caja de cartón” donde guardaba sus canciones. “Tenés mucho de esto en la caja”, le dijo Cardozo Ocampo al descubrir temas que hoy son joyas de nuestro cancionero. En ese clima de confianza, las guitarras volvieron a sonar para A la abuela Emilia, y el tiempo se detuvo. La complicidad entre Parodi y Snajer tejía una conversación entre generaciones, una música que se dice con miradas, acordes y cantares. Llegó luego el momento de hablar de Todo lo que tengo (2017), disco que los reunió con Snajer en los arreglos. Sobre Yo tuve un hermano —poema de Cortázar dedicado al Che—, Teresa contó: “La poesía es música. A diferencia de la canción, el poema deja la puerta abierta a muchas músicas. Una mañana, entre mates, la canté, no dejé de cantarla… ahí estaba la melodía esperándome”. Entonces la interpretó, y su voz llenó la sala de emoción… «Yo tuve un hermanono nos vimos nuncapero no importaba.Yo tuve un hermano.que iba a los montesmientras yo dormíamientras yo dormía.» Entre risas, bromas sobre los procesos de grabación y reflexiones sobre los poetas que la marcaron, apareció el nombre de Armando Tejada Gómez, autor de La lucha. “Los grandes poetas escriben para siempre”, dijo Teresa, y en su decir, sin saberlo, también hablaba de sí misma. Y ahí nomás la música para que suene La lucha… «de un lado el jardinero, del otro el asesino» El cierre fue coral: El otro país fue canto compartido. Una celebración del arte como acto de verdad, y del encuentro como forma de resistencia. Hay noches en que la música no solo se escucha: se habita. Y esta, sin duda, fue una de ellas. Suscribite a #Youtube.  Mandanos un whatsapp ➯ Acá

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