Un cabo suelto: un policía fuera de lugar, un cine que se resiste a los algoritmos
Este jueves se estrena Un cabo suelto, la nueva película de Daniel Hendler, director de 27 noches y figura clave del cine rioplatense. Lejos del paraguas de las plataformas, esta coproducción entre Uruguay, Argentina y España sigue a un cabo tucumano en fuga, con Sergio Prina y Pilar Gamboa al frente del elenco. Por Ale Simonazzi Cuando le preguntamos a Hendler por la diferencia entre dirigir para una plataforma gigante (27 noches) y meterse en una coproducción mucho más chica como Un cabo suelto, sorprende que no subraye un abismo: «Finalmente no sentí grandes diferencias entre una experiencia y otra, o, al menos, no sufrí el impacto de esas diferencias. Obviamente estoy más acostumbrado a dirigir en un modelo de producción independiente, pero trabajar para una plataforma tiene la ventaja de que uno no debe enfrentarse luego a la venta de la película, cuyo terreno hoy está muy limitado para películas chicas o independientes.» Ahí aparece el doble filo del momento: por un lado, un film como 27 noches nace con el respaldo de Netflix –que la estrena en su catálogo después del recorrido en festivales–; por otro, Un cabo suelto se arma con una arquitectura mucho más frágil, en una región donde el recorte de fondos públicos y el vaciamiento del INCAA vuelven cada coproducción un pequeño milagro logístico y político. Un policía tucumano entre Fray Bentos y el Río de la Plata Un cabo suelto sigue a Santiago, un cabo tucumano que se escapa a Uruguay después de haber visto algo que no debía. Cruza la frontera por Fray Bentos casi sin nada encima y se va reinventando a medida que avanza la huida: un duty free en la ruta, un encuentro con Rocío (Pilar Gamboa), trabajos improvisados, vendedores de queso en la banquina, abogados, notarios, colegas que lo persiguen desde el otro lado del charco. Sobre ese juego de identidades a ambos lados del río, Hendler nos cuenta: «Me divertía la cruza de idiosincrasias. Hay chistes que no causan gracia a argentinos ni a uruguayos, sino solamente a quienes cruzamos constantemente de un lado al otro y advertimos esas diferencias culturales apenas notorias. Siempre me llamaron la atención esas sutiles diferencias entre un lado y el otro de la frontera, y para el protagonista –un tucumano que está tratando de camuflarse del otro lado–, esas marcas de su idiosincrasia son una amenaza porque a cada paso pueden desenmascararlo. Por momentos, esas diferencias culturales también funcionan como resorte de suspenso.» La película juega con ese suspenso mínimo: no sólo huir de la policía, sino huir de la propia forma de hablar, de tomar mate, de manejar, de ocupar un uniforme que delata tanto como protege. Huir también de los gestos automáticos, de esas pequeñas costumbres Cada escena parece preguntarse cuánto de nosotros podemos disimular antes de que la vida, o el otro, nos reconozca igual. Más allá del “punitivismo” y de las personas buenas o malas Hay algo que se repite en la obra de Hendler: personajes concretos enfrentados a instituciones pesadas –la familia, la política, el trabajo, la policía, el Estado–. Le preguntamos dónde se ubica Un cabo suelto en ese mapa: «Lo que me seduce inicialmente suele ser el trabajo sobre distintos tipos de relaciones, y en el marco en que se desarrollan las tramas aparecen estos otros temas e instituciones, pero trato de evitar que estos grandes temas le ganen la agenda a la película, que finalmente explora pequeñas cuestiones del comportamiento humano. No podría decir que en Un cabo suelto quise investigar la corrupción en la fuerza policial, pero quizás sí me interesaba cuestionar ese punitivismo que tenemos tan arraigado, a través de un personaje cuyas conductas nos producen desconfianza pero, una vez que logramos empatizar con él, entendemos que merece una segunda oportunidad.» Y remata con una idea que atraviesa toda la pelicula: «Lo que más me interesa, supongo, tiene que ver con romper ese dualismo entre el bien y el mal, y darle un espacio a esas zonas intermedias. No estoy seguro si las personas se pueden dividir entre buenas y malas, pero sí creo que se pueden dividir entre las que intentan ser buenas personas y las que no tienen ningún interés puesto ahí. La película rescata a este policía gracias a ese intento, a veces fallido, por encontrar su mejor versión.» Hay ahí un gesto profundamente político, pero desde lo íntimo: un cabo, un tipo de pueblo, que no es héroe ni villano, sino alguien que prueba vivir distinto después de haber sido parte de una maquinaria violenta. Una orquesta rara de cuerpos, acentos y silencios El elenco junta nombres muy queridos del teatro y la música rioplatense: Sergio Prina, Pilar Gamboa, Alberto “Mandrake” Wolf, Daniel Elías, Germán De Silva, Néstor Guzzini, César Troncoso, Diego de Paula, entre otros. Hendler lo explica así: «Me parecía importante encontrar una paleta de actores bien diversos, de tonos en principio disonantes, y construir una armonía aparentemente imposible. Salvo en el caso de Mandrake Wolf –que nunca había actuado–, elegí actores que me parecen excepcionales. A todos los admiro y cada uno de ellos, a su manera, hace un importante aporte a su personaje.» Hacer cine como forma de resistencia Si algo queda claro en la charla con Hendler es que seguir filmando de manera independiente, hoy, es casi una declaración de principios: «Seguir insistiendo con un modelo de producción independiente es una pequeña forma de resistencia y, muchas veces, la única manera de seguir haciendo. Estamos bastante cooptados por los algoritmos, esos aliados del mercado que vienen a asegurar previsibilidad y falta de riesgo en las inversiones, lo que a los espectadores nos va alejando gradualmente de la posibilidad de sorprendernos, o de enfrentarnos a experiencias que nos incomoden o nos muevan del lugar por un rato.» Y ahí aparece una defensa hermosa de la incertidumbre: «Creo que lo que más nos impulsa a hacer una película es esa incertidumbre: no saber con exactitud adónde nos va a llevar ni por qué
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