La palabra “chafalonía” suena a baratija, a joyita gastada que vuelve al fuego para decir algo nuevo. Así suena este disco de Piraña, que se pasea con dignidad criolla por los bordes del tango, la canción porteña y la memoria barrial. Sin pretensiones de brillo moderno, la propuesta del grupo tiene el pulso íntimo de lo artesanal: guitarra, bandoneón, clarinete y contrabajo se entreveran con la voz luminosa de Romina Grosso en un repertorio que evoca sin repetir, que recuerda sin quedarse.
Chafalonía encuentra su fuerza en los márgenes: en los carnavales de Liniers, en la poesía de González Tuñón, en la voz del Tata Cedrón que reaparece como un guiño ancestral. Pero también en tangos escondidos, ritmos olvidados y en ese gesto de ternura militante por las cosas pequeñas, por las historias que aún laten entre los adoquines.
Barrios, fuegos, bailes, filosofías… Este disco no se escucha con apuro. Mejor si te lo ponés en un domingo largo, con las ventanas abiertas, dejando que entren el viento del sur y el perfume de un tiempo que no pasó del todo.