Jorge Fandermole vuelve con Tiempo y lugar, doce canciones nuevas con una sonoridad austera —voz y guitarra al frente—, la participación de Fernando Silva en bajo o violoncello y dos invitados que aportan belleza desde la voz y el acordeón, Juan Quintero y Julio Ramírez. Sin decorados, la propuesta, afirma Fander, es pensar lo que nos pasa con las dos coordenadas más terrenales: dónde estamos y cuándo; un presente “brutalmente crítico” que igual pide belleza, claridad y una ética de la palabra.
La puerta se abre con una milonga que invoca y declara oficio. “Invocación” trae la guitarra nítida, el pulso justo y una confesión: “ay señora quien te invoca es un discreto artesano, que se va volviendo anciano, sin la gracia de tu boca, al que vida queda poca para ser lo que no ha sido, al que le resta un latido para quedar silencioso, vuelva tu aire poderoso a darle un verso sentido”. En ese ruego Fander se nombra artesano y ahí nos guía, a la intemperie de la canción bien trabajada. Sigue “Guitarra”, para cantarle a esa compañera de vida. Cuando suena “Río de las ausencias” se abre el litoral , guitarra y bajo y el acordeón de Julio Ramírez navegan el Paraná como solo Fander sabe hacerlo. “Las décimas de identidad” es un autorretrato ético: y claro: “No he forzado voluntades justificado en urgencias, ni defendido creencias como si fueran verdades”. Y un poco más allá, cuando arde la coyuntura, otra línea que no negocia: “descreo de la esperanza que se funda en sus promesas, como de cualquier sentencia que le caiga de la boca a quien no siente ni toca ni de lejos la pobreza”. No es consigna: es una manera de estar en el mundo.
El tema que da nombre al disco, “Tiempo y lugar”, pone sobre la mesa la intemperie del ahora: “los colmillos afloran y no quieren ver la aurora de ningún lado venir”. Y, a pesar de eso —o por eso—, propone una brújula, un estar “donde la tierra no miente, donde el aire está caliente por el fuego de recién”. Ese es el gesto del álbum: mirar la sombra sin miedo y elegir, con una tozudez serena, la llama pequeña que todavía calienta.
Hay un momento de emoción en “Pilar y Juan”, a dos voces con Juan Quintero. La historia de un asturiano y una gallega que hicieron patria lejos de su tierra en una Argentina que los recibe. Nietos que se van cuando nuestra patria se prende fuego, retornando a tierras ancestrales que ya no son las mismas. La pregunta que queda vibrando: “¿Dónde está de uno la patria? Dónde se quedan sus huesos o dónde los hijos cantan o donde un día sean viejos” Es canción y es espejo: una raíz que se estira, una mesa larga donde a veces falta alguien. Más adelante, “Materias y herramientas” reconoce a quienes templaron la mano y la voz; “Padre” trae la plegaria que faltaba —“vengo (…) a cantarte lo que nunca te canté”— y pone el corazón en su sitio, sin golpe bajo. Cuando vuelve la milonga en “Milonga de cuatro orillas”, el río ya no es paisaje sino casa y horizonte; y el cierre con “El amor y la cocina” deja un retrato doméstico que, en la pluma de Fander, se vuelve manifiesto íntimo.
La elección sonora no es modesta: es precisa. Esa austeridad —guitarra cercana, palabra adelante, graves que sostienen sin invadir— obliga a que cada término caiga con su peso y que cada acento sea sentido. No hay arreglos que tapen: hay silencios que dicen. En algunas piezas asoman rasgos de folklore; en otras, la canción se corre de toda marca y queda parada sola, con su respiración. El resultado es un disco sin apuros que invita a recorrelo: nos saca de la fiebre de las notificaciones y nos deja rumiando frases, ideas, sentires latido.
Escuchar Tiempo y lugar es aceptar una invitación: volver a pensar qué hacemos con estas dos coordenadas y qué hacemos con las otras —más secretas— que nos sostienen: la memoria, el amor, la ternura que se aprende, el río que sigue fluyendo aunque la ciudad no lo mire. En tiempos de ruido y dientes apretados, Fandermole entrega un puñado de canciones que resisten con la herramienta más simple y más difícil: decir lo justo, nombrar lo que duele, cuidar lo que queda vivo. Ahí está su política, ahí su poética: trabajar la palabra hasta que alumbre.
Jorge Fandermole









