Revuelto

Soy una Tarada: Diez años en el espejo de las canciones

Por Ale Simonazzi

Hace una década, Soy una Tarada se presentaba con esas maravillosas historias escritas por Lucho Guedes. Acompañé este proyecto en el proceso de grabación y prestando voz a los textos introductorios de cada canción que, si bien no son parte del disco, lo fueron en cada una de las presentaciones, incluída la inolvidable noche en la Ballena del CCK. Hoy, diez años después, el disco no solo resuena por su originalidad, sino por la profunda conexión que aún establece con quienes lo escuchamos. Este aniversario lo celebramos con un recital íntimo y emotivo en el Club Social y Deportivo Mitre de Quilmes, volviendo a afirmar lo importante del encuentro en torno a la música, la palabra y la amistad.

La primera vez que escuché una de las canciones de Soy una Tarada, supe que estaba frente a algo único. Quizás fue porque cada historia se desplegaba con vida propia o porque Lucho Guedes, con su voz narrativa, lograba que el dolor y la alegría, la soledad y la esperanza se percibieran tan reales como si fueran nuestras. Recuerdo los momentos de grabación, el compromiso de cada uno de los músicos, las charlas con Lucho y Alan Plachta, responsable de los arreglos y la dirección musical.

Soy una Tarada es un disco doble, una obra en la que el tiempo parece detenerse. Desde los primeros compases, Lucho logra hacernos cruzar una puerta hacia una realidad donde las canciones trascienden los límites del formato. Lo notable de esta obra es que nada se queda en la superficie: un electricista melancólico se convierte en protagonista de un drama sutil, una jubilada espera, en silencio, reencontrarse con su amado fallecido. Lucho eligió una variedad de personajes, de voces y de historias que, aunque ajenas, se sienten tan próximas que rozan el límite de la propia piel. Con cada canción, él nos ofrece una historia humana y, sin esfuerzo aparente, nos invita a vernos en ese espejo empañado por emociones que, tarde o temprano, todos hemos experimentado.

Para contar estas historias, Guedes convocó a una serie de intérpretes que hicieron suyos estos personajes. Las canciones dejaron de ser “solo canciones” para transformarse en piezas casi teatrales, donde la polifonía de voces dio vida a cada uno de esos relatos. Cantantes como Liliana Herrero, Soledad Villamil, Lidia Borda, Jorge Fandermole, Juan Quintero, Edgardo Cardozo, Brian Chambouleyron, Nadia Larcher, María de los Ángeles Ledesma y Lorena Rizzo aportaron, cada uno, su interpretación única y profunda, acercándonos más a las emociones y los conflictos de los personajes.

Para Lucho, este disco fue mucho más que una colección de temas: fue un proyecto literario, teatral y musical que necesitaba la profundidad que él imaginaba para cada relato. “El disco es una conjunción de un montón de cosas combinadas, pero lo que está en primer plano es el relato. Quería generar texturas, espacios sonoros, para que el relato se desarrolle sin distracciones”, afirmó Guedes hace una década. La apuesta era riesgosa, y no sería una obra para cualquier público. En cada presentación, la complicidad del oyente —ese “pacto ficcional” que Lucho busca— se convierte en el eje que sostiene la experiencia.

Hoy, a diez años de la edición de Soy una tarada, recuerdo momentos intensos, charlas y vinos compartidos en el estudio Fort junto a Pablo López Ruíz y en el estudio El Bolsón con Martín Telechansky. Cada una de las sesiones de grabación con los músicos invitados es un recuerdo atesorado. Soy una Tarada ha resistido la prueba del tiempo, se mantiene auténtico, fiel a sí mismo. El público que se acerca al encuentro de los personajes e historias que propone Guedes, lo hace con una devoción sincera y renovada.

En la reciente celebración de este décimo aniversario en el Club Social y Deportivo Mitre de Quilmes, ese pacto entre intérprete y oyente volvió a ocurrir. Tuve la alegría de volver a leer los textos introductorios de las canciones, reecontrarme con El Pope, Mi Negra o El Rafa y, fundamentalmente, con el amigo Guedes celebrando la amistad. Y en esa pequeña sala, en ese hermoso club de barrio, volvieron a contarse y cantarse las historias… Y el tiempo pareció detenerse una vez más.