Revuelto

El canoazo como forma de resistencia

Desde hace semanas, una caravana de canoas, botes y cuerpos decididos navega el Paraná, hilvanando orillas, enlazando pueblos, activando una memoria que viene mojada y con olor a río.

La movida se llama “Remar contra corriente, por el río, la vida”. Pero podría llamarse también «remar por amor», porque no hay otra forma de explicar que, desde 1996, Luis “Cosita” Romero sigue en el agua para defender su cauce. Lo mismo hacen hoy más de 180 organizaciones que se embarcan para poner el cuerpo frente a una nueva amenaza: la licitación nacional para el dragado del río y la instalación de una hidrovía pensada como autopista para barcos de gran calado, no para la vida que habita ese mundo acuático.

El Paraná siempre fue territorio en disputa. Los gobiernos y las empresas extranjeras lo ven como canal de fuga para el extractivismo. Los pueblos ribereños lo entienden como lo que es: una arteria vital, sagrada, con historia propia y destino colectivo.

¿Qué tiene que ver el Paraná con los glaciares?
Todo. Porque este río nace de muchos otros. Porque entre la cordillera y el delta, entre el Aconquija y Rosario, hay vasos comunicantes que no entiende la geopolítica pero sí la poesía.

La historia también es personal. Como la de Isa, que cambió cerros por edificios y encontró en la línea plateada del Paraná una forma de volver a casa. Aprendió que el cauce no siempre baja: a veces sube, se defiende, se abraza.

Parece streaming, pero es radio.

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