En Dumont 4040, Julián Venegas y José Santucho presentaron Módico y de calidad: puesta mínima (voces y guitarras, poca amplificación) para un trabajo enorme de arreglos, timbres y ritmos —milonga, litoral, pregón y más—, con invitadxs y coro de mesa larga que volvió la sala una vereda en fiesta.
Por Ale Simonazzi

No sabía que estacionar en Chacarita un jueves podía ser una odisea. Por suerte salí con tiempo desde el oeste del GBA y llegué a Dumont 4040, bello espacio con programación muy cuidada. Ambulantes —Julián Venegas y José Santucho— volvió a Buenos Aires con Módico y de calidad, un segundo disco que camina oficios y geografías, y que según la edad del que escucha te devuelve escenas perdidas: el escobero que pasa temprano, el cartero amigo del barrio, la corneta del churrero doblando la esquina.
El concierto arrancó con un gesto de comunidad: un audio de Coqui Ortiz cantándoles a estos ambulantes de guitarra y garganta. Terminado el saludo del chaqueño, el dúo subió con los acordes de “Durazno a cuarenta el ciento” (Celedonio E. Flores / José Razzano): milonga de comienzos del XX a la que Ambulantes le arrimó un aire de Cuba. De ahí a “Cocacolero” (de Santucho), tema que nace de esa foto del Estadio Azteca donde Maradona hizo historia. Cuenta Víctor Hugo Morales que cuando le mostraron a Diego la foto remarcó que el mundo vió ese gol menos el vendedor de gaseosas que estaba de espaldas: “Tiembla el partido / la hinchada ya se estira como falda / vos te perdés los goles por la espalda / y ganás carraspera en el rugido”. Ahí sentimos de qué va Módico y de calidad: cronicar lo cotidiano con ternura y pulso.

Cuentan que van a tocar el disco completo y con invitadxs. Así es que “Escobero” llega con Nico Arroyo en percusión, después Flor Giammarche se suma para “El vendedor de yuyos” en una interpretación profunda, vals lento que mece la sala y nos lleva lejos de la ciudad: la canasta, las hojas y sus aromas, el remedio que pasa de mano en mano. Con Homero Chiavarino en acordeón la noche se volvió Rosario por un rato: el Paraná, las mesas bajo la arboleda, el humo del carrito que, como dice la letra, “devuelve el alma al cuerpo”. El recorrido del álbum cerró con “El cartero”, al que Miguel Vilca le sumó el charango: la imagen de quien busca palabras de aliento y abrazo en un buzón que está vacío.
Con ganas de más, llegan temas del primer disco: “Ambulantes”, “Chatarriero”, “La Florista”. El coro general acompañó cada estribillo, todos cantando “chiquito”, como si escenario y sala fueran la misma mesa larga. En “Pregón del heladero” invitaron a Mauro Ciavattini en saxo y Venegas tomó la kalimba para que todos terminemos en el pregón popular “¡heladoooo, hay palito, bombón, helado!” que nos lleva a veranos de infancia. Para el cierre, “Recolector” —homenaje a esos atletas del asfalto— con Nico Arroyo en percusión y Ciavattini en clarón; y todavía hubo lugar para “El churrero” a dúo, como quien apaga las luces de a poco, después de encendernos el alma.

Módico y de calidad trenza milonga, litoral, marcha, pregón, cueca y las mezcla con instrumentos huéspedes (guitarrón, cuatro, tres). El corazón del proyecto es reconocer a las personas detrás de los oficios; resignificar la palabra “ambulante” como dignidad en movimiento. No hay museo ni postal: hay canciones de manufactura que entran en la memoria popular por derecho propio.
También hay poética de objetos —la cosa, el oficio, la persona—: la escoba y los trapos de piso que nombran al escobero, la carta que justifica el paso del cartero, la corneta que hace barrio. Por eso Ambulantes imprime cancioneros y acerca sus músicas a escuelas, bibliotecas, sobremesas: para que se canten, que se toquen, que se hereden. Para que vuelvan de donde vinieron, como dijo José Santucho. Y por eso el título: módico en recursos, de calidad en humanidad. Un modo de producción artística que es al mismo tiempo mirada política: cuidar lo común, dar lugar a quienes sostienen la ciudad con trabajos que casi no miramos.
Volví de Chacarita sabiendo algo que conviene no olvidar: la música también es trabajo (muchas veces compartiendo el espacio ambulante). Este dúo arma su puesto con pregones afinados y nos entrega una feria de historias. El disco es la foto que en los conciertos es mercado vivo: voces, cuerdas, risas, recuerdos, aplausos… y en esas feria musiquera encontramos lo que andábamos buscando sin saber. Ambulantes honra a lxs laburantes de la calle con canciones necesarias; nosotros —agradecidos— nos volvemos a casa un poco más atentos, un poco más juntos.

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