Pasaron veinte años de la edición de Primera luna, Georgina Hassan volvió a iluminar ese repertorio en una noche cargada de emoción en el Teatro Hasta Trilce. Acompañada por una banda exquisita y artistas invitados, revisitó las canciones que marcaron el inicio de su camino, dándoles nuevos sentidos y resonancias.
Por Ale Simonazzi

Llegamos a Hasta Trilce sabiendo que sería una noche especial. No solo por los veinte años de Primera luna, sino porque las canciones, como los ríos, cambian de cauce y de reflejo con el paso del tiempo. Desde el primer acorde de “Fui a fonte”, tema del folklore portugués que también abre el disco, quedó claro que Georgina Hassan no venía a repetir: venía a renombrar, a dialogar con su propia historia.
Las canciones de aquel 2005 se escucharon con la madurez de quien ha vivido, viajado, aprendido, pero también con la misma delicadeza y entrega del inicio. Primera luna —ese punto de partida— nació en un tiempo de incertidumbre: Georgina vivía en Chile, sin muchas certezas y con un puñado de canciones. Fue su hermano, Ariel Hassan, quien cruzó la cordillera para buscarla y proponerle grabar ese primer disco. Aquel gesto amoroso fue el inicio de todo.
Desde entonces, la música de Georgina Hassan no dejó de crecer, de viajar, de abrir puertas. Y esta celebración fue también una forma de agradecerle a la vida por aquel comienzo.
En esta versión 2025 de Primera Luna, Hassan volvió a estar acompañada por Pablo Fraguela, pianista, acordeonista, arreglador y cómplice musical de siempre. Entre ambos desplegaron una alquimia que fue mucho más que memoria: fue un volver a crear. Canciones que alguna vez fueron refugio, ahora son celebración.
El escenario reunió a una formación de lujo:
Rafael Delgado en violonchelo, Guido Martínez en contrabajo, Facundo Guevara en percusión, Maritza Pacheco Blanco en violín, y Gustavo Segal —compañero de vida y artesano del sonido— sosteniendo cada matiz desde el audio, logrando que todo sonara nítido, cálido, perfecto.
Cada músico aportó belleza, sensibilidad y compromiso, disfrutando de ser parte de un todo mayor. Verlos tocar fue disfrutar de una conversación mágica y exquisita.

No faltaron invitados que propusieron momentos de gran emoción. El dueto con Manuel Álvarez Ugarte —en bandoneón— fue uno de ellos: juntos interpretaron una canción inédita de Georgina dedicada a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, con una especial dedicatoria a Teresa Parodi, presente en la sala y a quien todos pudimos aplaudir y agradecer.
También fue conmovedor el encuentro con Mishka Adams: dos voces que se fundieron en un abrazo a capella, suspendiendo el tiempo, recordándonos que la música es una forma de respiración compartida.

Aún quedaban sorpresas. Lito Vitale se sumó para compartir Jazmín de deseo, canción que Georgina compuso para su hija Viole y para todas las mujeres. Fue un momento de pura emoción: la música convertida en memoria, en legado, en ofrenda.
Pero la verdadera epifanía llegó cuando Viole subió al escenario. Madre e hija, frente a frente, se cantaron a modo de abrazo. En ese instante, el tiempo se detuvo. No hubo técnica ni virtuosismo que importara más que ese gesto: la continuidad del amor a través de la música.
Veinte años después, Primera luna sigue brillando con la misma luz, pero con una nueva órbita. Ya no es solo el registro del inicio de una artista, sino la constelación de su camino: cada disco, cada viaje, cada encuentro expandiendo el círculo.
Georgina Hassan no repite canciones: las vuelve a sembrar. Y lo hace con la certeza de que la música, cuando nace del alma, sigue creciendo, se transforma y nos transforma.
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