No es novedad: lo venimos diciendo, lo venimos sintiendo. Las redes parecen un campo minado, un tablero de provocaciones donde la agresión se multiplica como si alguien estuviera tirando fichas desde arriba. Según un informe reciente, los agravios en redes crecieron un 90% desde 2023. Y no hablamos solo de bots o trolls: son personas. Somos nosotros decidiendo agredir.
Me pregunto —nos preguntamos—: ¿quién maneja el tráfico del odio, si es que hay alguien? ¿Es un algoritmo que premia la violencia? ¿O somos nosotros, más reactivos, alimentando ese monstruo cada vez que compartimos, reaccionamos o consumimos violencia como entretenimiento? ¿Es la violencia un espejo de lo que somos… o es lo que quieren que seamos?
Por acá, preferimos seguir preguntando antes que dar respuestas cerradas. ¿Qué hacer frente a esto? Podríamos dejarnos llevar por la corriente, elegir la visibilidad fácil. Pero seguimos siendo románticos: elegimos la palabra que nombra, que construye, que abraza.
Quizás el desafío sea ese: no perder la ternura, ni siquiera en la pantalla. Seguir armando conversación, no muros.
📻 Revuelto, miércoles a las 20 h
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